miércoles, 15 de octubre de 2014

el maestro y el robot


Resumen El maestro y el robot


Villamadruco es un pueblo pequeño de color blanco donde vive el profesor Don Nicomedes quien llego ahí para esperar el tiempo de su jubilación, un poco triste por la muerte de su esposa

En el pueblo habitan niños muy singulares casi todos con la ausencia de sus padres ya que debido a la falta de trabajo y oportunidades tuvieron que irse a un lugar lejano, los niños viven con sus abuelos pero en realidad son los niños los que mantienen a los abuelos y no los abuelos a los niños pues los abuelos eran flojos y los niños estaban dedicados cada una realizar una actividad, casi eran expertos en lo que les tocaba, ordeñar a las vacas trabajar en el campo en cambio a los abuelos lo que más les interesaba era tomar el sol

Un día estaban dando clase el profesor estaba ya muy cansado y pidió que se sentaran. El maestro tomaba aires respiratorios para recuperar el aliento y los alumnos lo imitaron mientras jugaban platicaba y reían. Entonces Rafa, y Quico rompieron la tranquilidad porque se estaban peleando. Algunos compañeros los animaba mientras algunos más los intentaba separar. Hasta que el maestro los separo y les dijo dejen de pelear y que se fueran a comer.

Después pusieron la comida que todos llevaban y dijeron que todo era de todos y empezaron a comer porque tenían que recuperar las fuerzas al ir al castillo. Entonces Elisa empezó a hablar de la ausencia de los padres, pues los padres y madres se fueron de Villamadruco de Todo lo alto a conseguir un trabajo. Elisa empezó a contar de cuando era pequeña y la gente del pueblo empezaba a bajar a Villamadruco de Todo lo Alto y que ella bajaba con sus padres porque le gustaba ver el pueblo desde lejos porque era muy bonito y muy blanco a ella le parecía que era una mancha de nieve. Jacobo dijo que el también bajaba con sus padres pero a él no le parecía una mancha de nieve porque no la conocía y ni siquiera había conseguido soñar con ella.

2  cuando don Nicomedes llevaba allí un par de cursos, el Ministerio envió una inspectora a visitar la escuela. A lo largo de la inspección, el maestro iba aprovechando todas las oportunidades para decirle que a ver si les mandaban una estufa, porque en invierno no había quien aguantara. También necesitaban urgentísimamente pupitres nuevos, porque los que tenían eran tan viejos que las carcomas estaban ya terminando de comérselos.

Don Nicomedes: parece que estos niños destacan mucho en trabajos manuales. Han tenido las mejores calificaciones de toda la provincia. Y además todos, sin excepción. ¿Podría enseñarme las manualidades? Pero él, que era muy obsequioso, estaba sacando algunas cosas para reanimar a la inspectora

Total, que tuvo que sacarla a pasear por el pueblo a ver manualidades. Seguidos por todos los alumnos, saludaron a los abuelos sentados al sol, que les decían: «A la paz de Dios, don Nicomedes y la compaña». Le fue explicando que, al llegar él, el pueblo estaba bastante abandonado, porque todos los hombres se habían ido. Los niños y niñas tenían que atender a lo más imprescindible y cada uno iba a su aire: labraban la viña, cuidaban las cabras, atendían a las gallinas, los conejos o la vaca... —O sea, lo más imprescindible para comer —decía—. Y claro, no les quedaba tiempo para arreglar nada.

Durante meses no se supo nada. Pasó el invierno y la estufa no llegó. Dieron las clases en el campo, buscando una racacha soleada, calentándose alrededor de una hoguera de sarmientos, o trabajando en firme para desentumecer los músculos y entrar en calor.

Lo que se comunica a usted a los efectos oportunos.

Luego venía una firma que para ser de un jefazo del Ministerio de Educación tenía una letra fatal, y muchos sellos de tampón de color morado que hacían muy bonito.

3 Las abras de la escuela resultaron de lo más intrigante. Un buen día, el tío Cosme, que era el mudo del pueblo, apareció corriendo cuesta arriba por el camino de Villalmendruco de Abajo. Resollaba, con su corpachón bamboleándose del esfuerzo, su redonda cara enrojecida, la reluciente calva bañada en sudor, y dando gritos. ¿Dando gritos? ¡Pero si era mudo! Sí, era el mudo del pueblo; pero era un charlatán. Era un hombre simpático y comunicativo, con un carácter parlanchín y jovial, que siempre estaba pegando la hebra con alguien. Sólo que tenía la mala suerte de ser mudo.

El más asombrado de todos, Nicomedes, decía: Pero si no es una reforma, sino un edificio completamente aparte. Y todos iban comentando, intrigadísimos: Pero si es redondo No será una plaza de toros Va a ser grandísimo! ¡Total, para cuatro gatos que somos! Habéis visto No tiene escaleras Todo son rampas que hacen curvas ¡No tiene ni una ventana. Y la puerta es anchísima Y cuando el maestro se atrevió a mostrarle su extrañeza al contratista, éste se limitó a contestar, muy serio. Los planos son los planos. En el pueblo nadie salía de su asombro ni hablaba de otra cosa. Sobre todo, el mudo.

4 El maestro ha llegado a la conclusión de que hoy en día los nuevos adelantos en materia de edificios escolares deben de ir por esos rumbos. —Total, a mí me da lo mismo dar la clase en un aula destartalada que en una plaza de toros surrealista. Lo fundamental es que haya estufa. ¿Y cómo no va a haberla, con el derroche con que están construyendo? En la soledad de su habitación le comenta al retrato de su mujer que tiene sobre la mesilla: —Desde luego, esta gente es la caraba. Parece que están jugando a las siete y media: o se pasan o no llegan.

Y enseguida Jacobo entra en el juego: —Hacednos esa merced, contadlo presto, mi señor. Porque ya les ha contado muchas historias, y han leído varios libros todos juntos, comentándolos: bellos romances antiguos donde la gente habla así, emocionantes novelas de aventuras, y algunas de ciencia-ficción que a Jacobo le han entusiasmado. De cuando en cuando juegan a representar escenas o a hablar como los personajes de los libros. —Oídme, pues, gentiles damas, aguerridos mancebos

del castillo, entraron los musulmanes tras ellos, y los pacíficos labriegos, que no tenían armadura ni estaban avezados en el arte de la guerra, regaron con su sangre heroica las escalinatas de piedra que ahí veis... Maruja y Asun tenían los ojos empañados, y Elisa dijo: —¡Pobrecillos! —Al final sólo quedaron siete caballeros, que enarbolaban sus infatigables espadas y mandobles, y sólo retrocedían un escalón, caminando de espaldas hacia lo alto de la torre, tras causar muchos muertos entre los enemigos

en ese entonces un puñado de hombres, mujeres y niños quedaron separados de los demás y huyeron monte arriba, pues la visión de este castillo los había llenado de esperanza. Pero los almorávides los persiguieron. —¿Y se repitió la tragedia de cuatro siglos antes? —preguntó Jacobo, abatido. —Sí. Además, esta vez no tenían a los siete caballeros para que los defendieran. Se refugiaron dentro del castillo. Las mujeres y los niños desprendían piedras de las almenas para hacerlas caer sobre los almorávides, mientras los hombres disparaban flechas. Consiguieron repeler el ataque y los enemigos se alejaron para deliberar.

5 los habitantes de Villalmendruco al entrar en su última fase, la obra de Nicomedes iba dando también sus frutos. Una enorme grúa fue alzando las gigantescas piezas de hormigón armado que parecían tajadas de melón, y las fue colocando sobre el aula cilíndrica ya construida, hasta formar una gran cúpula semiesférica que dejó a todos boquiabiertos. Ni una sola ventana ni claraboya se abrían, pues, en los muros ni en la bóveda. y una única puerta, amplísima y de acero, cerraba herméticamente el extraño santuario allí donde accedía la curvilínea rampa de entrada.

Otras veces, una timba de viejos se jugaba a las cartas el dinero que sus hijos habían mandado, antes de que los nietos pudieran retirar lo necesario para revocar las fachadas, ampliar el redil o comprar un motocarro de segunda mano para bajar a vender sus productos al valle. Únicamente Nicomedes lograba meterlos en cintura de cuando en cuando. Había ido logrando que sus alumnos se aficionasen a leer, y algunos andaban ya embarcados en El libro de la selva. La enseñanza, totalmente inédita en la historia de la pedagogía, se extenderá a todo el país. Si fracasa, las especialísimas condiciones de aislamiento, escasa población, falta de comunicaciones, etc., de ese lugar, unidas a la discreción que se le exige, harán que el fracaso no trascienda. Lo que se le comunica a usted a los efectos oportunos.

Y abajo del todo venía la misma firma que la otra vez, igual de mal escrita.

6 NICOMEDES cayó enfermo. Los albañiles, el contratista de obras, la grúa y los camiones se marcharon. La escuela permanecía con su portón de acero herméticamente cerrado. Su cúpula de hormigón y su muro cilíndrico, rodeados por una espiral de rampas, permanecían enigmáticos e inmutables, junto al pueblillo de fachadas encaladas y floridas, y con sus alrededores salpicados de rediles, colmenas y gallineros. Su situación era tal que no podía verse desde ningún lugar del valle, pues la ocultaba un monte poblado de algarrobos. La vieja escuela continuaba con sus grietas y sus goteras. Y sin estufa. En el pueblo reinaban la impaciencia, la curiosidad y la alarma. Espesas cortinas de lluvia caían

Sobre el pueblo. Los truenos parecían rodar montañas abajo y los relámpagos daban un aspecto fantasmagórico a las ruinas del castillo. Al retumbar un trueno espantoso, mucho más fuerte que los anteriores, Jacobo se despertó sobresaltado. La lluvia azotaba la ventana. Un relámpago le hizo ver a través del cristal empañado la espectral apariencia de la escuela incomprensible. El pueblo dormía allá al fondo.

A LA MAÑANA SIGUIENTE, todos los escolares se arracimaron ante la vieja escuela, sin saber qué hacer. Traían sus libros, cuadernos y lápices; pero el profesor seguía enfermo y el nuevo no se había presentado, a pesar de ser la fecha tope. El campo relucía tras la lluvia. A la hora en punto, el silbido de una sirena cuyas vibraciones producían una extraña música electrónica les hizo dar un brinco los chicos y las chicas caminaron rampa arriba hacia el portón abierto y se detuvieron extasiados en el umbral.

El espectáculo que se ofrecía ante sus ojos era fascinante.

7 LA GRAN CÚPULA de hormigón aparecía llena de estrellas pese a estar en pleno día, y de ellas manaba una difusa luz lechosa que llenaba de una suave paz a quienes entraban en la amplia sala circular. Toda la hermosura y la vida de la bóveda celeste se veía reproducida en aquel firmamento tan próximo y a la vez tan lejano y misterioso, en el que las estrellas fijas permanecían inmutables y las estrellas variables destellaban, mientras los incandescentes meteoritos y los infatigables cometas erraban sobre el intenso azul.

El cilindro que constituía la cabeza estaba rematado por una semiesfera reluciente. La forma de la cabeza era igual que la de la escuela, y al hallarse justo en su centro parecía servirle de núcleo y de punto de origen. Los niños advirtieron que las bellísimas imágenes que palpitaban en la bóveda las estaba proyectando él con sus ojos multicolores, de los que partían rayos luminosos.

Otras pantallas estallaban en una orgía de colores y de formas elásticas, llenas de matices sutiles y de riquísimas tonalidades. Eran como cuadros abstractos en los que surgían paisajes verdes y dorados, nubes hirvientes y cobrizas, flores viradas al violeta o al anaranjado.

Las de otros aparecían turbias, sugiriendo cerebros aún en desarrollo, en los que sólo se dibujaban claramente las imágenes de los seres concretos con los que se topaban a diario. En éstos, y en casi todos, eran constantes las imágenes de sus amigos, sus abuelos, los padres ausentes rodeados de una neblina triste y el viejo maestro.

8 CARRASPEÓ como un conferenciante, oprimió una tecla de su torso para que se cerrase herméticamente la gran puerta de acero, y bajó las luces hasta dejar en penumbra el recinto. Abrió una puertecilla de las múltiples que cubrían su cuerpo y sacó un vaso. Abrió con otra mano un pequeño grifo plateado que había emergido automáticamente de su barriga metálica, llenó el vaso de agua y se lo echó de un trago al coleto.

Los métodos más revolucionarios. Los más asombrosos sistemas. Las caras de los niños resplandecían de ilusión e impaciencia. —Pero, independientemente de su carácter experimental y absolutamente fantástico, no hay más remedio que dar el programa de pena. Me he comprometido ante el Ministerio en ese sentido.

las vaciones de verano, Navidad y Semana Santa, sábados y domingos, días de fiesta nacional, regional y local, santos patronos, Virgen de la ermita de arriba con su correspondiente romería, fiesta de la vendimia, fiesta de la recogida de los higos, día de la matanza y posterior confección de embutidos típicos de la zona, días de votaciones y referendos, etc.


9 VAMOS A HACER una demostración elemental de los medios audiovisuales súper modernos que dispone esta escuela única en el mundo.

algunos de esos medios, el cine sobre todo, han hecho tímidos intentos de ofrecer imágenes en relieve. Pero ha sido un relieve contemplado desde fuera, como si en vez de encontrarnos ante una pantalla estuviésemos ante el escenario de un teatro.

Todos esos medios de nuestro tiempo, la cámara de cine, televisión o video, el aparato fotográfico, etcétera, tienen un defecto garrafal, un fallo lamentable que hace difícil comprender que la humanidad se lo haya tragado sin rechistar durante un siglo: ¡sus imágenes, queridos amigos, sólo pueden ser tomadas desde el punto en que haya sido colocada la cámara! ¡Imperdonable, inadmisible, señores! ¡Seamos serios! Porque, entonces, el hombre estará condenado a contemplar tan sólo imágenes tomadas desde lugares donde haya estado otro hombre con su camarita al hombro.

Don Nicomedes se alarmó, dando un brinco en su butaca, y todo el público de la sala estalló en una exclamación de horror, pues un brazo del robot se había disparado como una flecha hacia su cara. Todos creyeron que le iba a arrancar los ojos sin más ni más. Pero enseguida vieron que, simplemente, le iba a poner unas gafas metálicas que lanzaban destellos ambarinos. En el acto, en el punto de la pared diametralmente opuesto al sillón del viejo maestro, apareció una imagen: precisamente la que él estaba viendo, proyectada allí por aquellas sensacionales gafas. —Hagamos una prueba sencillísima.

10  ANTE LOS SORPRENDIDOS OJOS de los habitantes del pueblo se abrió, en el solidísimo muro curvo de hormigón y con un ruido como de descorrer cortinas, un amplio ventanal por el que se veía la imagen archiconocida de Villalmendruco de Todo lo Alto, visto desde la escuela. Sólo Nicomedes se percató de que no se había abierto ningún ventanal, sino que se trataba de una simple proyección cinematográfica que partía de los ojos del robot.

Todos se apresuraron a echar un trago del líquido anti mareos, pues la escuela comenzaba un despegue vertical. Primero se fue elevando lentamente, y fueron viendo su pueblo más abajo, más abajo... Las Peñas Bravas, el valle tantas veces contemplado, el río sinuoso, los olivares y los campos con las mil tonalidades del verde, el ocre y el cobrizo... Ya el panorama era más amplio que el que tantas veces dominaban desde el castillo.

El Ojo Ubicuo había sido lanzado hacia Venus para filmar estas imágenes hasta hoy inalcanzables. Los ansiosos espectadores sobrevolaban ahora aquel planeta pequeño y sin lunas, cuya superficie plagada de rocas era azotada por nubes sulfúricas impulsadas por fuertes vientos.

Cuando más embriagados estaban, su escuela aparentemente voladora trazó un arco inmenso en el vacío, dejó allá al fondo a Urano con sus cinco lunas, al azulado Neptuno con sus dos satélites y al solitario Plutón revestido de un sudario de gases congelados, y se elevó hasta contemplar todo el sistema solar en su hermosura absoluta.

Y en el corazón de aquella célula humilde y viva, un núcleo rodeado de errantes gránulos que danzaban reprodujo, ante la atónita mirada de los niños y los viejos, otro mágico sistema solar como los millones y millones que formaban hasta el más minúsculo ser de la Creación... Nadie hasta entonces había podido vivir aquel viaje.

11 AQUEL PRIMER DÍA bastó para que el robot, con su Escuela del año 2000, se los metiese a todos en el bolsillo. Y a Nicomedes, el primero. Él se había puesto enfermo sólo de pensar que iba a venir un profesor nuevo, especializado en técnicas súper modernas, que imaginaba la mar de raras e inadecuadas para aquellos muchachos. No sabía qué tal se llevaría con él, qué carácter tendría, si le consideraría un vejestorio inútil, si echaría por tierra todo su sistema de enseñanza...

Estoy pensando en mandar enseguida al Ministerio un informe muy favorable sobre esta experiencia. Tengo que decirles que transmitan mi felicitación más efusiva al inventor del maestro-robot.

Nicomedes advierte un hecho revelador e inquietante que tardó en estallar en su cerebro como una advertencia: ¡El robot no oía! ¡Al menos, no escuchaba a los alumnos! Pero era imposible que no oyese, tratándose de un aparato tan perfecto, con los últimos adelantos de la cibernética... LA VUELTA AL MUNDO los entusiasmó a todos. Ante sus ojos, hechos a contemplar sólo peñas y olivares, rebaños y viñedos, casucas blanqueadas y geranios, se ofreció primero el Mediterráneo, como la brillante cota de malla de un guerrero gigante tendido al sol... Vieron Venecia,

12 EN LOS DÍAS que siguieron, pasaron muchas cosas. Una tarde, el robot les dijo: —Es una pena que el horario oficial del Ministerio os impida disfrutar por más tiempo, cada día, de estas maravillas. Observo que, al iros por la tarde, os vais tristes, porque se os ha terminado la contemplación de estas imágenes... ¿Os gustaría poder seguir viéndolas en vuestras casas? —¡Sí, sí, sí...! —vocearon los niños y los viejos. Pero ya él, sin esperar respuesta, les estaba diciendo: —¡Aquí tenéis! Y, abriendo una compuerta de su pecho metálico, sacó un puñado de folios y los arrojó al aire. Había tantos como habitantes.

El robot, por primera vez, salió de la escuela. Lentamente, bajo la luz del atardecer, subió por la rampa espiral que rodeaba el edificio, hasta que llegó a la cúspide de la bóveda. Una vez allí, comenzó a emitir. Las imágenes empezaron a llegar a las casas. Desde aquel día, cada tarde, al acabar las clases, hacía lo mismo, y hasta el momento en que los habitantes de Villalmendruco se iban a acostar, rendidos, los tenía bajo su control. Les suministraba sus conocimientos,

les regalaba sus fantasías, les relevaba del esfuerzo de utilizar la imaginación. Y merced a un fenómeno bellísimo, aquellos espejos vivos de superficie lacada fueron creciendo poco a poco, como amebas pacientes, como medusas gelatinosas adheridas a los muros.

Las carreteras se habían poblado a ambos lados de murallas de rascacielos que lo llenaban todo. Las pocas gentes que quedaban en el campo habían emigrado. No había olivares. No había colmenas. No había cabras. No había algarrobos. No había higueras. No había sitio para las flores. No había pájaros. No se veía el sol entre los altos muros que encajonaban las calles hacinadas. Las ciudades se habían unido. Moles inmensas de hormigón, acero y vidrio avanzaron como glaciares áridos, como manadas de hoscos mamuts alineados, repetidos. Hasta que todas habían llegado a formar una, y el mundo entero aparecía cubierto por una infinita ciudad tentacular que lo abrazaba, como un pulpo petrificado gigantesco.

13  DÍA TRAS DÍA, los espejos y los prismas iban ejerciendo su influencia paciente y callada sobre los habitantes del pueblo. Los espejos, omnipresentes en las casas, los iban «llenando». Los prismas, que los acompañaban a todas partes, los iban «vaciando». Los espejos les llenaban la mente de imágenes y palabras prefabricadas que iban remodelando sus cerebros, haciéndoles asimilar las consignas y reglamentos que regirían en ese mundo del año 2000, en el que todos serían felices.

En la escuela continuaba imbuyéndoles toneladas de conocimientos enciclopédicos que quedarían grabados en sus memorias. Siempre les daba cantidad de detalles interesantísimos. Por ejemplo, un día proyectó sobre la pared un gran cuadro en el que venía calculada con toda precisión la pérdida de productividad que acarreaba al género humano la lectura.

14 TODOS LOS ALUMNOS, menos Jacobo, habían sido ya «vaciados» de muchas cosas por los prismas. Tan sólo él tenía reservas suficientes como para que le quedasen, en algún recóndito rincón de su cerebro, ciertos residuos de fantasía, personalidad y rebeldía... Había vuelto a zambullirse de lleno en la lectura. Huyendo de los espejos que le envolvían en casa y dejando el prisma bajo la almohada, se iba por las noches al gallinero y, con una linterna, se pasaba horas y horas leyendo. Aquello fue como una transfusión de sangre nueva que revitalizó su yo. Llegó a deducir que los prismas no eran agresivos por la noche.

Sus torreones eran prismas hexagonales idénticos al que acababa de arrojar, pero de tamaño colosal. De sus troneras brotaban haces luminosos que rodeaban la astronave de una corona de luz. La fortaleza volante venía hacia el castillo, y la intensidad de su luz creció y creció hasta cegarle por completo. Abrió de nuevo los ojos al cabo de unos momentos, y la fortaleza flotaba a cierta altura, con las luces casi apagadas, semejando un fanal suspendido de la bóveda celeste. Luego se apagó. En el torreón se oyó ruido de armaduras. A Jacobo se le heló la sangre en las venas. Se oía perfectamente cómo varias personas caminaban, produciendo ruidos metálicos al moverse.

15 LOS TRES LADRONES nocturnos irrumpieron como una tromba en la habitación, cargados con su botín. Volcaron el cántaro, el saco y el canasto sobre el suelo, y allí quedó el montón de prismas con sus porosas entrañas embebidas de todo lo que habían ido absorbiendo a los habitantes del pueblo. El maestro los miraba boquiabierto. Desde la mesilla de noche los contemplaba también el retrato de Clara. Y a su lado estaba el informe al Ministerio, del que sólo había esbozado las primeras líneas, antes de que le acudiera aquel alud de interrogantes.

Pero fue pasando el rato y el robot no aparecía. La puerta seguía abierta, y al otro lado se adivinaba la penumbra del aula circular. El robot no salía. Una luz lechosa comenzó a bañar el interior de la escuela. Y comenzó a sonar la música de la bóveda celeste. El robot los estaba esperando.

16 LOS CUATRO AMIGOS caminaron hacia la puerta abierta. Nicomedes se había echado encima del pijama, precipitadamente, su gastado batín. Elisa se había puesto sobre el camisón unos pantalones de pana y un jersey que le había prestado el maestro, y calzaba unas zapatillas. Jacobo y Cosme llevaban la ropa llena de manchas y desgarrones, de las carreras monte arriba y monte abajo y los allanamientos de morada en que habían entretenido sus ocios aquella nochecita toledana. La patrulla que iba a enfrentarse, quizá, con un poderoso imperio extraterrestre era de lo menos aguerrido y marcial que imaginarse pueda. Llegaron al umbral de la Escuela del año 2000 y la sangre se les heló en las venas.

Mirándolo todo desde la ventana de tu casa! ¡Quedé deslumbrada y no vi nada! A los cuatro espectadores les sacudió un solo estremecimiento, como otro rayo más que corriese por sus nervios.

17DE ESTA FORMA había dado comienzo, tal como estaba previsto desde hacía mucho tiempo en aquel planeta supe tecnificado y deshumanizado, la Última Fase de la Operación 2000. Con una paciencia infinita, aquellos extraterrestres, creadores de una sociedad que consideraban perfecta, habían venido a visitar la Tierra cada varios siglos... Pero la Tierra no estaba aún madura. Había grandes civilizaciones, poderosos imperios, grandes avances de la ciencia, el arte, el pensamiento.

EN LA PANTALLA aparecía ahora un mapamundi, con los Siete Islotes señalados. Sobre seis destellaban unas dianas con todos los colores del arco iris, anunciando el éxito. Sobre el séptimo punto aparecían unas aspas negras, como una tachadura tajante. La pantalla se apagó y las luces se encendieron. El robot se volvió hacia ellos, y los cuatro dieron, instintivamente, un paso atrás. Su voz sonó, apagada y neutra: —He recibido orden de partir a medianoche. Debo recoger los espejos y los prismas. Espero que éstos me los traeréis vosotros

18 LOS HABITANTES de Villalmendruco de Todo lo Alto, al despertar, echaron en falta sus prismas bajo las almohadas. Miraron los espejos esperando una explicación, pues desde hacía tiempo todas las explicaciones sobre todas las cosas las daban ellos. Pero permanecían mudos. Miraron por las ventanas a lo alto de la escuela, y el robot no estaba allí emitiendo. Y entonces, primero imperceptiblemente, luego de forma cada vez más manifiesta, comenzó la retirada de los espejos. Al principio, sus márgenes más extremos comenzaron a ondularse lentamente, a temblar. Luego se fueron encogiendo. Al contrario que cuando invadieron las paredes, ahora se fueron replegando sobre sí mismos, como se encoge una babosa cuando la tocamos con el pie, como va despareciendo el vaho de un cristal sobre el que hemos echado el aliento.

Esta Delegación Ministerial recibió en su día el informe de la Inspectora relativo a la conveniencia de dotar de estufas, sillas, pupitres y algún material más a esa escuela. No se han efectuado los trámites oportunos debido a que ha de ser clausurada. Durante los últimos meses se han venido realizando las obras de ampliación de la escuela de Villalmendruco de Abajo, destinada a concentrar la población escolar de los pueblos y cortijos de la comarca, ya que la situación actual supone una dispersión de medios humanos y materiales a todas luces desaconsejable.

19 convertirse en el escenario de los increíbles acontecimientos que acabo de contaros. A lo que vimos y vivimos los cuatro no le he añadido más que algunas deducciones mías sobre cosas que no pudimos ver, y juro que todo es verdad. Y, sin embargo, nadie quiere creernos. ¡Y yo necesito que me creáis! Quiero comunicarme con vosotros. Porque, continuamente, me martillea la mente todo aquello, y me llena de desazón, y me rebelo, y llamo a la esperanza, y os grito a todos: ¡Soy un muchacho! ¡Estoy lleno de vida! El día uno de enero del año 2000 tendré exactamente.

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